Cada pedalada puede cambiar una historia

Cada pedalada puede cambiar una historia

La mañana arrancó tibia en La Gacilly. Las banderas ondeaban perezosas mientras los altavoces locales anunciaban la salida neutralizada. Me instalé en una curva amplia con otros aficionados: un jubilado con prismáticos, dos niñas con pancartas y un ciclista amateur que seguía el Tour por primera vez.

Cuando vi a Catalina Soto asomar entre las delanteras del pelotón, lo supe: algo planeaba. No pasaron muchos kilómetros antes de que ella, vestida con los colores de Chile y del Laboral Kutxa – Fundación Euskadi, se lanzara junto a otras corredoras en una fuga valiente. El pelotón no reaccionó de inmediato. Por unos instantes, el silencio fue absoluto, interrumpido solo por el zumbido de sus neumáticos y el golpeteo rítmico de los corazones que mirábamos.

Catalina tomó turnos largos al frente del grupo. No era una de las favoritas, pero allí estaba, en televisión internacional, llevando los colores de su equipo y también los de Sudamérica. Su silueta firme, su pedaleo decidido. No era solo una escapada: era un manifiesto. “Estamos aquí, no solo para participar, sino para escribir algo”.

Pasaron los kilómetros. El pelotón controlaba desde atrás, pero no apretaba. Sabían que la llegada era para sprinters, que ninguna de las fugadas representaba peligro real en la general. Pero desde la cuneta, desde el corazón del aficionado, cada kilómetro escapado era una victoria.

A falta de 20 km, se empezó a notar que el ritmo del pelotón subía, los trenes de equipo se formaban. Las fugadas miraban hacia atrás. La esperanza, esa que se alimenta de segundos, se deshacía poco a poco. A 18 km de meta, el grupo principal devoró a las valientes.

Catalina fue absorbida, sí. Pero lo hizo con el rostro entero, sin bajar la cabeza. Saludó a una compañera. Tomó un bidón. Se reenganchó a la fila. Era una más entre muchas, pero nosotros sabíamos que había sido protagonista. Vi la importancia de mostrar la bandera. Vi a una ciclista chilena tirando del grupo, en tierra lejana, con entereza y convicción. Lo que para algunos fue una “fuga neutralizada”, para nosotros fue una jornada de orgullo.

Catalina no ganó la etapa, pero ganó algo igual de valioso: nuestra admiración. Y en un Tour que a veces parece reservado a élites, ella nos recordó que cada pedalada puede cambiar una historia.

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